Mi madre preparo rápidamente la mesa. Ya eran más de las doce del día y llegarían pronto los hombres de la casa. Mi abuela picaba la última cebolla de la ensalada. La abuela ya había pasado largamente los 80 años. Ya era oficialmente sorda, pero tenía una extraña habilidad para escuchar los autos de mis tíos. Mi madre esperaba los llamados, las quejas de mi padre, los pedidos absurdos de los visitantes. Redención. Eso era mejor que una medalla. Una flor roja, un recuerdo era mejor que el amor y la libertad.